Cuando llegó el invierno, los indios apenas si disponían de alimentos y municiones. Algunos jefes de los sioux y de los cheyenes se entregaron. Estaban cansados de ser constantemente perseguidos, entregaron sus armas a Miles y condujeron a su gente a la reserva. Miles seguía persiguiendo a los grupos que oponían resistencia. Sus soldados, seguían atacando las aldeas indias cuando la temperatura había caído por debajo de cero.
En febrero de 1877, Toro Sentado huyó con su tribu a Canadá a través de la frontera para refugiarse allí. Caballo Loco todavía resistió por un tiempo. Se entregó en mayo y condujo a unos quinientos seguidores hasta la reserva, mientras orgullosos cantaban canciones de guerra y mostraban amenazantes sus armas. Ese mismo año moría a manos de los soldados. Mientras tanto, los indios habían perdido todo por lo que habían luchado. Debido a la presión del gobierno, los jefes indios de la reserva habían cedido y, finalmente, habían aceptado renunciar a las Black Hills y al territorio en el Powder River. Se les había quitado una tercera parte del territorio que se les había reconocido en el acuerdo de 1868. Con excepción de Toro Sentado y sus hunkpapas en Canadá, todos los sioux y cheyenes habían sido encerrados en su cada día más pequeña reserva.
Toro Sentado se quedó cuatro años en Canadá. El gobierno canadiense lo toleró, aunque negó a su gente alimentos y otras ayudas. Los sioux tuvieron que pasar hambre la mayor parte del tiempo, ya que también los búfalos y otras especies de caza habían sido prácticamente exterminados. Poco a poco, hambrientos y llenos de nostalgia por su patria, se pusieron en camino hacia los Estados Unidos y se entregaron a los soldados de fronteras. Sus ropas colgaban en harapos. Hasta el verano de 1881, la tribu de Toro Sentado se había reducido a menos de doscientas personas. El 19 de julio, el jefe indio también cruzó la frontera. Se entregó en Fort Buford, donde, en otros tiempos, sus victoriosos guerreros habían atemorizado tanto a soldados como a colonos. Entregó su Winchester a su hijo de ocho años, Pata de Cuervo, y con un gesto indicó al hijo que se lo pasara al mayor David Brotherton.
Incluso en su profunda derrota, todavía declaró totalmente seguro de sí mismo:
“La tierra bajo mis pies es de nuevo mi tierra. Yo jamás la he vendido, yo nunca la he entregado a nadie”.
Dos años estuvo Toro Sentado como prisionero de guerra en Fort Randell. En 1883, fue puesto en libertad y recibió la autorización para regresar a su lugar de nacimiento, en el Grand River, en las cercanías de la reserva de Standing Rock. Entre tanto, se había convertido en una celebridad; probablemente era el indio más conocido de todo el país y todos sabían que había vencido a Custer. Recibió cartas de todo el mundo, lo entrevistaban reporteros de prensa y los jefes indios lo visitaban en busca de consejo.
Bufalo Bill Cody, el famoso explorador y showman, lo visitó en 1885. Convenció al jefe indio para que participara en el Show del Oeste Salvaje a través de los Estados del Este y Canadá. Anunciado como «El vencedor de Custer”, Toro Sentado era la gran atracción. Los curiosos guardaban cola para verlo y comprar una fotografía con su autógrafo, que costaba veinticinco centavos. La mayor parte del dinero se la daba a los niños pobres que esperaban fuera del teatro y le seguían a todas partes. Al final de la tourné, el jefe indio recibió un regalo de Buffalo Bill: un caballo gris, que estaba enseñado a sentarse y levantar una pezuña cuando oía un tiro. Cuando en 1886 Buffalo Bill le preguntó a Toro Sentado si quería ir con el Show del Oeste Salvaje a Inglaterra, el jefe indio lo rechazó.
“Yo no favorezco nuestra causa si voy vestido así. Además, aquí me necesitan. Hablan de que, de nuevo, nos quieren quitar más tierra«.
Los sioux habían perdido ya las Black Hills y las tierras del Powder River. Ahora el gobierno les exigía que vendieran una gran parte de su reserva con el fin de que los blancos pudieran asentarse allí. Toro Sentado estaba radicalmente en contra de entregar todavía más tierra, independientemente del precio que fuera. En una asamblea de los sioux, Toro Sentado propuso que se llevara una báscula y se vendiera la tierra libra a libra. Así de obstinado fue e impidió las negociaciones de forma tan eficaz que los funcionarios de la reserva intentaron todo para impedirle opiniones públicas sobre ese tema.
Otros jefes indios de los sioux temían que les quitaran las tierras, independientemente de que estuvieran dispuestos a vender o no. Por eso, se pusieron de acuerdo finalmente para vender unos 44.550 kilómetros cuadrados. La Gran Reserva de los sioux fue dividida en cinco pequeñas reservas y cada familia sioux recibió aproximadamente 1,28 kilómetros cuadrados como tierra propia.
Toro Sentado era un chamán que había vivido en estrecha comunicación con el Gran Espíritu, pero tenía sus dudas sobre la nueva creencia, tal y como la predicaba Wovoka. El profeta predicaba la vuelta de los bisontes y el tiempo en que los indios de nuevo recuperarían su tierra. Toro Sentado permitió que los demás miembros de la tribu siguieran o no al profeta, con lo que se reunían cada día delante de su cabaña para bailar, rezar y buscar visiones de sueños, lo que a los soldados le parecía una forma de insurrección.
El 15 de diciembre de 1890, poco antes del amanecer, cuarenta y tres policías indios, a las órdenes del teniente Henry Bull Head, rodearon la cabaña de Toro Sentado. Bull Head y otros más entraron en la cabaña, despertaron rudamente a Toro Sentado, le ordenaron que se vistiera y lo arrastraron fuera, donde se habían reunido unos ciento cincuenta seguidores del jefe indio. Cuando comenzaron a protestar, fueron interrumpidos por las voces de Toro Sentado:
«No me iré. Haced conmigo lo que queráis! .Yo no me iré!«.
Los policías intentaron abrirse paso entre el soliviantado gentío. Se disparó un tiro que alcanzó en un costado al teniente Bull Head. Mientras caía, se volvió y disparó contra Toro Sentado. El sargento Red Tomahawk, que hasta ese momento iba empujando por detrás a Toro Sentado, disparó a la cabeza del jefe indio. Cuando terminó el tiroteo, había seis policías y ocho de los seguidores de Toro Sentado muertos o heridos de muerte, entre ellos su hijo de diecisiete años, Pata de Cuervo. Los policías indios buscaron protección en la cabaña hasta que fueron rescatados dos horas más tarde por soldados. Cuando esa mañana moría Toro Sentado, aún no había cumplido los sesenta años.