En un diccionario de 1867, en la voz «Mesopotamia» hallamos la siguiente observación: «Este país conoció su apogeo durante los dominios asirio y babilónico. Con los árabes, fue sede de los califas y alcanzó un nuevo periodo de esplendor. Su decadencia comenzó con las invasiones de los seleucidas , de los tártaros y de los turcos y, en nuestros días, es un desierto en gran parte deshabitado». (Los seleucitas del s.V d.C. eran descendientes de Seleuco, uno de los generales y heredero de parte del imperio persa conquistado por Alejandro Magno (s.IV ane.)).
Asiria, el antiguo país de Asur, se extendía al norte del Tigris, y Babilonia, el antiguo reino de Sumer y Acad, lo hacía hacia el sur, entre el Eufrates y el Tigris, hasta las aguas del Golfo Pérsico. El imperio asirio, como veremos en otro lugar de esta historia, llegó a comprender toda Mesopotamia y se extendió hasta Anatolia y las tierras palestinas del Mediterráneo.
Presumerios, sumerios y semitas se fundieron en el proceso formativo de la cultura mesopotámica durante los milenios IV y III antes de nuestra era. Los sumerios se habían establecido en la Baja Mesopotamia desde el V milenio, dando lugar a la sociedad acadia, y los semitas llegaron un milenio después a la alta Mesopotamia.
En el periodo comprendido entre la revolución urbana y la formación del imperio persa, avanzado el primer milenio anterior a la era cristiana, el espacio comprendido entre Anatolia y el Golfo Pérsico fue una zona de enorme prosperidad rodeada de una periferia más atrasada que se sentía atraída por su riqueza y que aprovecharon, en ocasiones, el sedentarismo de los pobladores de la zona o sus problemas sociales o económicos para instalarse en ellas e incluso acabar con algunos de aquellos estados.
Tal fue la crisis de la llamada segunda urbanización entre los años 2300 y 2000 aC., cuando los pueblos nómadas de origen indoeuropeo, dueños de una metalurgia muy avanzada, acabaron con las exhaustas culturas urbanas egeo-anatólicas e iranias del bronce antiguo.
La herencia de los pueblos antiguos de Oriente Medio pasó primero al mundo heleno (ver mapa) conquistado por Alejandro Magno (s.IV aC.), desde donde se difundió al oriente cristiano y al imperio iranio, para después pasar al mundo islámico.
Pero aunque la antigüedad grecorromana recibió influencias del mundo oriental, la influencia se extendió por latitudes diferentes a las europeas, fue el Oriente Antiguo el que influyó en Oriente Próximo. Y aunque sus avances técnicos: matemáticas, astronomía, sistemas estándar de pesos y medidas, la escritura y los diferentes alfabetos hasta el alfabeto fonético fenicio de Ugarit, la invención de la rueda, la domesticación del caballo, el carro ligero de combate, los panteones y las novedades aplicadas a palacios, templos y fortalezas; fue el poder político, en permanente lucha por controlar recursos, el que dio lugar a la formación de estados y esta fue la aportación esencial del Oriente Antiguo.
Durante el periodo Uruk, Palestina y Anatolia permanecieron al margen de los acontecimientos de Mesopotamia. Aunque algunos asentamientos, como los de Jericó y Chatal Huyuk, también tenían algunas características de ciudades, la decisiva transición de poblado a ciudad se produjo a partir del 4300 a.C., durante un periodo de unos 800 años, del que, desgraciadamente, apenas ha quedado alguna información.
Las primeras ciudades, catalogadas como tales, crecieron en la baja Mesopotamia, área del sur ocupada por los sumerios y acadios, durante el IV milenio antes de nuestra era, el periodo «Uruk final». Durante la mayor parte del III milenio, periodo «Dinástico Inferior», coexistieron numerosas ciudades-estado, que finalmente fueron unificadas por el rey Sargón I de Akkad, región al nordeste de Sumer, en el año 2300 ane. Sumer y Akkad, no eran países en el sentido moderno del término, sino que estaban formados por varias ciudades-estado, cada una de las cuales constituía una unidad política en si misma y tenía su propio soberano.
Al parecer, en Sumer, la mayor parte de sus habitantes hablaba sumerio, lengua sin parentesco alguno con otras lenguas conocidas. En el norte, la mayoría de los habitantes hablaba acadio, antecesor del babilonio y el asirio, y emparentado con el árabe. Cada ciudad tenía un dios protector, y sus templos, con grandes almacenes y viviendas, en las que habitaba un importante séquito humano que tenía, además de la función religiosa, la de administración de las grandes propiedades agropecuarias que poseían. La creciente complejidad de los registros del templo dio lugar a las primeras fórmulas escritas; las primeras planchas de arcilla pictográfica, procedentes de Uruk, se remontan al año 3100 ane.
Algunos relatos, como la Historia del Diluvio, de Gilgamesh, los hallamos, con posterioridad, en alguna leyenda hebrea y otros aparecen en la mitología clásica. Se sabe muy poco sobre la organización social secular de estas primeras ciudades, pero sabemos que había esclavos y que la monarquía era dinástica, los reyes o dinastías que se mencionan en la Lista de los Reyes Sumerios se remontan a tiempos del Diluvio, a mediados del tercer milenio.
El ejemplar más antiguo que se conserva de éste documento data del tercer milenio anterior a nuestra era; a continuación de las palabras «Tras descender el reinado del cielo, Eridu (un dios) se convirtió en reino», el texto enumeraba las cuatro dinastías siguientes de las ciudades de Bab-tibira, Larak, Sippar y Shuruppak, cuyo soberano era Ubar-tutu, todos estos datos se resumían del siguiente modo: «cinco ciudades, ocho reyes (dinastías) reinaron durante 241200 años (¿?). Luego el Diluvio barrió (la tierra)».
Una leyenda posterior hacía de Ubar-tutu el padre de Ziusundra o Up-napishtim, el Noé de la versión bíblica, que según el legendario Gilgamesh, construyó una nave siguiendo los consejos del dios Enki y así sobrevivió al diluvio desencadenado por los dioses para destruir la humanidad.
La suerte de aquellas ciudades experimentaba altos y bajos, pero Nippur y Kish siempre conservaron un cierto predominio cultural. Al sur de Mesopotamia, las ciudades de mayor predominio en la región siempre fueron Ur y Lagash que competían continuamente con Umma, su vecino del norte.
a urbanización pronto se extendió hasta el norte, hacia tierras ocupadas por los semitas, la alta Mesopotamia, área de lluvias abundantes. Ciudades como Niníve, y Tepe Gawra, Tutub, Mari en el Eufrates y Susa en la región occidental de Persia, muestran muchas conexiones con las ciudades meridionales. En lugares más alejados, procesos paralelos de aumento de población y expansión agrícola tuvieron como resultado la aparición de ciudades en el Valle del Nilo, la llanura del Indo y la China septentrional. Al cabo de dos mil años la ciudad era una característica establecida en numerosas regiones de Eurasia, marcando un avance importante ulterior hacia el mundo moderno.
Al norte de Mesopotamia (Anatolia) y la región de Levante, entre los años 2500 y 1500 a.C., aparecieron varias ciudades estado, en principio colonias de Sumer, que compitieron entre si por la supremacía económica y política. Los yacimientos más importantes proceden de las ciudades de Mari y Ebla. En el centro de cada ciudad se alzaba un complejo de palacios y templos rodeados de viviendas privadas.
La ciudad estaba rodeada de murallas de ladrillos de barro o por terraplenes de tierra cocida. Ebla se extendía sobre una superficie de 50 hectáreas y Mari sobre unas 100 Ha.; así como, Hazor y Qatna, en el Levante, abarcaban unas 70 hectáreas. Se calcula que Hazor tenía una población, en el siglo XVIII a.C., de unos 25000 habitantes.
En Mari y Ebla se encontraron unas 17000 tablillas de arcilla con datos comerciales y sobre costumbres de la región. Se sabía que el producto de mayor exportación eran los tejidos y que se disponía de grandes cantidades de oro y plata fruto de los tributos de las ciudades menores bajo su dominio. Se conoció su forma de controlar la extensión de enfermedades, las persecuciones de esclavos evadidos y los impuestos con se gravaban los transportes por el Eufrates.
También se supo de la importancia que las mujeres reales tenían en las funciones de administración de palacio que guardaban las llaves de muchos almacenes y tenían poder sobre oficiales destacados y controlaban las actividades de los artesanos que, generalmente, trabajaban fuera de palacio, alcanzando un alto nivel en el trabajo de los metales, la piedra y el marfil.
En Mesopotamia se sucedieron las religiones igual que se sucedieron distintas culturas. Las religiones estatales, con sus templos, reyes, festividades anuales, se caracterizaban por sus mitologías, consistentes en historias épicas de las victorias rituales de sus reyes divinos. De estas religiones y de las de Egipto surgiría la preocupación judía por la patria y por el monoteísmo ético.
Los nombres de los dioses variaban según la ciudad, eran básicamente elementos de la naturaleza divinizados: el sol, la luna, el viento, los alimentos o la cosecha. Se les investía de atributos, sentimientos y actividades propias de los humanos e interactuaban basándose en sus mismas relaciones sociales. Por ejemplo Enlil, el «señor del viento» que enviaba vientos húmedos en primavera para la siembra, era el dios de la azada. Vivía en el templo de Nippur y la ciudad era el hogar de su hijo Ninurta, «señor del arado».
Los templos, casas de los dioses y centro de culto, en su origen fueron grandes almacenes agrícolas, en una dependencia anexa se celebraban el servicio diario de la ciudad ante el dios y las festividades anuales de los dioses para regenerar la vida de las tierras, la ciudad, las personas y los animales. «Akitu» era la festividad de Año Nuevo de los sumerios que coincidía con el inicio de la primavera. Fue una de las festividades más antiguas y perduró durante milenios.
Durante el reinado de Sargón I, el imperio alcanzó un periodo álgido (2371 – 2230 ane.) y se extendió hasta el Mediterráneo. De aquella época data el himno religioso escrito por la hija del rey Sargón, Enheduanna, también data de entonces el poema de la «Epopeya de Gilgamesh», un rey y semidiós cruel que realizó grandes hazañas, ubicado en el año 2600 a.C .
La epopeya narra su encuentro con Utnapishtim (el Noé de la Biblia), el único superviviente de la gran inundación, quien le habla de «El Diluvio» y le dice donde crece el árbol de la vida. Gilgamesh prosigue en busca del árbol, pero cuando lo encuentra le es arrebatado por la serpiente. Esta historia, todavía se explicaba en Asiria más de mil años después y a ella se debe su versión en la Biblia.
Al rey más importante de de la primera dinastía de Babilonia, Hammurabi (1972 ane.), se debe el que la ciudad se convirtiera en un gran centro religioso. Construyó varios templos y, recopilando tradiciones y costumbres antiguas, promulgó un código con 282 leyes, recibidas del dios del Sol , Samash (dios que administraba justicia), junto con el cetro y el anillo, símbolos de justicia. Las leyes se escribieron en una columna de piedra, claro antecedente de las tablas de la Ley de Moisés (los hebreos copiaron toda la escenografía, siglos después).
Estas leyes influyeron en las civilizaciones del Oriente Próximo hasta después de que los hititas acabaran con esta primera civilización de Babilonia, en el año 1595 a.C., y fueron adaptadas por los textos bíblicos.
La religión asiria tenía a Asur por el «dios de los dioses» que moraba en la ciudad de Asur. Un grupo de mujeres extáticas (de éxtasis) servían a la diosa Ishtar, la diosa de la batalla y el amor, un precedente de la Afrodita griega o de la Venus romana (solo diosas del amor, ya que el dios Ares, el posterior Marte romano, se reservaba lo de la guerra). Ninurta, que pasó a ser hijo de Asur, fue dios de la caza y de la guerra.
Samash y Adad (Baal), dios de las tormentas, presidían la adivinación. Sin, el dios lunar, residía Harran y tomó gran importancia hacia final del imperio asirio. Nin, fue también la diosa Luna, de ahí el nombre de Nínive para una de las ciudades asirias más importantes. El rey era el representante de Asur en la Tierra y el sumo sacerdote. Todos estos y demás cultos requerían el mantenimiento de grandes templos, sacerdocios y «alimentos para los dioses» y los archivos mostraban la necesidad de grandes partidas en el presupuesto real para el desempeño de tales actividades.
En aquellas lejanas épocas se adoraba a cientos de dioses que cobraban importancia en función de la pujanza de cada etnia, región o ciudad. En general existía una gran tolerancia religiosa. Marduk y Asur fueron dos deidades que se fueron imponiendo al resto, debido a la creciente influencia alcanzada por Babilonia y Asiria. Los dioses tomaban con frecuencia forma humana y se comportaban como tales. Esta facultad divina se extendió al mundo grecorromano y el clímax fue alcanzado con la llegada a este mundo del Mesías de los cristianos, nuestro bendito Jesús de Nazaret, hijo del único Dios verdadero. Al lado de los dioses había numerosos dioses sobrenaturales, buenos y malos, espíritus y espectros, etc., que solían combinar características humanas y animales; los animales fueron eliminados del reino divino por las religiones modernas, no sabemos porqué. La adivinación y la astrología empezaron siendo servicios al rey, y revelban el destino del Estado, no del individuo. Nabú, hijo de Marduk, era el dios de los escribas y de la biblioteca de cada ciudad, así como de la administración.
En la Persia del siglo VI y más tarde en el imperio Parto destacó la visión profética de Zaratustra (Zoroastro – año 1000 ane.) con su sentido del conflicto cósmico entre el bien y el mal y la necesidad de elegir entre lo que dio en conocerse como Dios y el Demonio. Los profetas hebreos, Isaías y Jeremías, siguieron esta línea profética de concepción monoteista y la elección ética de un único Dios «el Bien» y de un único «Mal», el Demonio, se transmitió a las tradiciones cristiana y musulmana.
El zoroastrismo se originó entre los pastores de las fronteras entre las actuales Afganistán e Irán (ver mapa) y su influencia creció hasta convertirse en la religión principal de la Persia preislámica. Se extendió con el imperio aqueménida, de Ciro «el Grande», de Darío y de Jerjes, por Mesopotamia y Oriente Próximo, hasta Grecia, y sobrevivió a la destrucción del imperio persa por Alejandro Magno.
Es un religión monoteísta que venera a un dios supremo, Ahura Mazda «el señor sabio», y se caracteriza por el enfrentamiento entre dos espíritus opuestos Spenta Mainyu (el bueno) y Angra Mainyu (el malo), hijos gemelos de Ahura Mazda. En el zoroastrismo, la oración y la meditación ante el fuego son fundamentales. A pesar de la derrota del imperio aqueménida (persa), algunos de sus elementos pasaron a formar parte de las creencias griegas y romanas, en especial el culto a Mitra que fue una de las principales y misteriosas deidades que se extendio con el imperio romano, hasta bien entrado el primer milenio de nuestra era.
En el siglo III d.C., aparecieron en Irán los sasanidas que construyeron un imperio que desafió el poder de Roma y de Constantinopla durante 400 años, hasta la invasión árabe del siglo VII d.C. y subsiguiente islamización definitiva de Asia occidental. Durante el reinado sasanida de Sapur I (241 – 272 d.C.) el zoroastrismo fue la religión oficial del Estado y se persiguió sin piedad a judíos, budistas, hinduístas y cristianos, considerados como herejes, mostrando una intolerancia similar al del cristianismo de nuestra era.
También se persiguió la herejía de Manes creador del maniqueísmo, una mezcla de zoroastrismo y cristianismo. Manes fue ejecutado, pero su herejía se extendió y constituyó un gran problema para los critianos durante siglos, al reaparecer en diversas formas entre los bogomiles, los paulicianos, y los cátaros. La herejía se propagó por la Ruta de la Seda y se estableció en Asia central, conviertiéndose en la religión oficial del imperio uigur en el año 762 d.C. En la actualidad, las mayores comunidades zoroástricas se encuentran en la India.